No debo permanecer un día más en la fragilidad
y ni siquiera recuerdo de qué huía
cuando acepté implicarme en este desorden
o sentarme a tomar el sol con los ancianos
una mujer me cerró la puerta de su casa
sin querer escucharme
y me siento capaz de recomponer en otro lugar
las piezas desgastadas del rompecabezas
Nunca sabremos qué hubiera ocurrido si hubiésemos cambiado de ciudad sin habernos desnudado
aunque agradezco las fresas que me ofreciste con sabor a amargura y que fuera un domingo por la tarde cuando tus ojos me regalaron ese momento irrepetible perdonando mi engaño.
Jamás se dirigieron la palabra
pese a tener algo en común
coincidir puntualmente cada tarde
en el último vagón de un tren de cercanías
acaso alguna vez
disimularon las sonrisas al cederse el asiento
absortos en la individualidad confundida
de la multitud
evitaron la oportunidad
de cruzarse un ¡hola! ¡buenas tardes!
o hacer más breves
los veinte minutos largos del trayecto
sin atreverse a frecuentar
ninguna miniatura irrelevante de sus vidas
el más joven no ha subido al tren desde hace meses
el otro al recordarlo
se pregunta con indiferencia
si se habrá comprado un automóvil
Recorrí los suburbios de la irrealidad
hasta que un destino en el que no creo quiso que supiera de ti
y escuché los primeros latidos auténticos
del corazón,
de un vendaval que me incendió el alma
aunque sin reciprocidad
hoy, tu lejanía es un cuchillo afilado
que deforma mi perspectiva
intimidando al pasado y al futuro,
y desde mi percepción cartesiana surge la certeza
de que aún queda otra vida,
para saber vivirla