ARGENTINA |
HA MUERTO EL ASESINO CON MAYÚSCULAS
por Fernando Sabido Sánchez
Ha muerto el Asesino de los hijos y nietos
De las Madres y Abuelas de La Plaza de Mayo
Ha muerto el Gran Secuestrador de Bebés
Ha muerto el asesino del poeta Osvaldo Domingo Balbi
Ha muerto el asesino del poeta Paco Urondo
Ha muerto el asesino del poeta José Belaustegui
Ha muerto el asesino del poeta Miguel Ángel Bustos
Ha muerto el asesino del escritor Rodolfo Walsh
Ha muerto el asesino del escritor Haroldo Pedro Conti
Ha muerto el asesino de la poeta Franca Jarach
Ha muerto el asesino del poeta Roberto Santoro
Ha muerto el asesino de la poeta Alicia Raquel Burdisso
Ha muerto el asesino del poeta Juan Carlos Higa
Ha muerto el asesino del poeta José Eduardo Ramos
Ha muerto el asesino de Marcelo Gelman
Ha muerto el asesino de más de cien periodistas
Ha muerto el Genocida de decenas de miles de seres humanos
Que sin ser escritores escribían en libertad su propia vida
Ha muerto el Dictador
Ha muerto el Maldito Jorge Rafael Videla
Que todos los Cóndores de los Andes picoteen sus despojos
Por haber ultrajado su nombre con el diabólico Plan…
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VIDELA Y ALGUNAS OPINIONES
DEL CAMPO INTELECTUAL
NORMAN BRISKI (DIRECTOR, DRAMATURGO Y ACTOR)
“Una frase que me sale es que se murió la muerte, porque él está en nuestro imaginario como la figura de la muerte. Massera también, todos ésos. Sería interesante saber qué había en la masa encefálica de este genocida. En su cabeza encontraríamos, seguramente, a Uriburu, a Pio XII, a Roca. También a los griegos, de quienes él era tan amante... Todos tenemos respeto a esa civilización. A todo eso él le dio una lógica de genocida. Habría que estudiar lo cognitivo de su cabeza. No tenía una gran identidad, sino esos mandatos. Fue tan soldado. Que haya terminado en la cárcel es resultado de una de las luchas más dignas que dio nuestro pueblo. Lo que han hecho miles de personas para que termine encarcelado es un capítulo de gloria para muchos argentinos, de distintas banderas. Uno piensa en las Madres y los Hijos, en toda esa gente que ha perdido tantos afectos y que ha luchado con mucho coraje y valentía. Y, a su vez, pienso cómo podemos querer a los radicales, a ciertos sectores con los que uno no hace ningún puente. Videla en la cárcel es una conquista de la dignidad en contra de la impunidad. Habría que decir no solamente que no descanse en paz, sino estudiar mucho más a este asesino, que sostuvo hasta el final su versión con un altísimo grado de convicción. Algo de Videla tenemos todos. Si no entendemos eso, no vamos a aprender demasiado. El enano fascista está pero, como no somos generales y no nos dan poder, no aparecen nuestros monstruos.”
“Algo de Videla tenemos todos”
OSVALDO BAYER (ESCRITOR)
“Fue el más nefasto, el más cínico de los dictadores militares que hemos tenido. Pasará a la historia como el criminal de más crueldad de toda la historia argentina, con un accionar sólo comparable con el genocidio que hizo Roca con los pueblos originarios. La desaparición de personas va a ser un tema siempre presente. Ojalá atendamos definitivamente a ese crimen tan inimaginable. Me felicito de ver por primera vez a un dictador de los trece que tuve en mi vida muriendo en la cárcel, juzgado.”
“El más nefasto”
GASTON PAULS (ACTOR)
“La muerte de Videla es la de alguien que le ha hecho mucho mal al país. Nadie en su sano juicio puede negar eso. Pero también significa otra cosa, que descubrí no bien me enteré de la noticia y me puse a leer lo que muchos famosos, periodistas y políticos decían, que nos desnuda como sociedad. Y es que ahora somos todos valientes y demócratas. Pero, ¿cuántos de los que hoy escriben a favor de la democracia se animaron a hacerlo durante la dictadura? ¿Cuántos llegaron, incluso, a aplaudir ciertas acciones de la dictadura? Fueron pocos civiles los que combatieron a la dictadura. Me pasó lo mismo que sentí cuando murió Galtieri: mucho lo repudiaban, pero fueron cientos de miles los que llenaron la Plaza cuando anunció la guerra de Malvinas. Se fue alguien que evidentemente le hizo un gran mal al país, cuyas consecuencias aún hoy las sufrimos. Pero es para analizar cómo, ante la muerte de un genocida como Videla, hoy somos todos demócratas, en un país donde la democracia se bombardea y se erosiona a cada instante.”
“Nos desnuda como sociedad”
FEDERICO LUPPI (ACTOR)
“No hay que ser demasiado original. Fue de todos el más mediocre e inhumano. Hay que reconocerle que fue el que menos chicana hizo durante los juicios. No fingió enfermedad e hizo sus discursos, a diferencia de Menéndez y Bussi, que fueron dos cagones. Lo que me da pena es que falta todavía encontrar a todos los responsables civiles que siguen –chicanas y pactos de silencio mediante– pululando por todo el país, escapándose, negándose, ocultando documentos y pruebas. Jueces, fiscales, abogados y ex genocidas siguen, entonces, hurtándole el cuerpo a la Justicia. Es un déficit, a pesar de que se ha trabajado mucho y bien. Con la obediencia debida y el punto final perdimos 34 años de democracia, sin poder aceitar el mecanismo jurídico. En ese interín la derecha armó sus defensas y usó el mensaje que le dejamos: ‘muchachos, rompan que yo pago’. La muerte es la muerte, ¿qué le vamos a hacer?.”
“El más inhumano”
Fuente: Página 12
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OPINION
De olvido y siempre gris
Por Mario Wainfeld
“El director del Colegio Militar, Videla, firme, cuadrado, seguía haciendo la venia a su superior (…) El helicóptero presidencial estaba ya a setenta metros del suelo y el (entonces dictador) Lanusse, que miraba achicarse la figura inmóvil de Videla le dijo a su acompañante (…) ¡‘Mire qué pelotudo! ¡Vamos a llegar hasta las nubes y va a seguir haciendo la venia!”. El dictador, de María Seoane y Vicente Muleiro
“Ante esta realidad que aceptamos con patriotismo y espíritu de servicio, miramos consternados a nuestro alrededor y observamos con pena, pero con la sana rabia del verdadero soldado, las incongruentes dificultades en las que se debate el país sin avizorarse solución”... “El Ejército Argentino, con el justo derecho que le concede la cuota de sangre generosamente derramada por sus hijos héroes y mártires, reclama con angustia pero también con firmeza una inmediata toma de conciencia para definir posiciones. La inmoralidad y la corrupción deben ser inmediatamente sancionadas. La especulación política, económica e ideológica., deben de dejar de ser los medios utilizados por grupos de aventureros para lograr sus fines (…) “El orden y la seguridad de los argentinos deben vencer al desorden y la inseguridad. (…) “Así no cejaremos hasta el triunfo final y absoluto que será, a despecho de injustificadas impaciencias o intolerables resignaciones, el triunfo del país.” Jorge Rafael Videla, discurso en Tucumán, 24 de diciembre de 1975.
“En el ambiente militar, su apodo afectuoso es ‘el cadete’. ¿Por qué? Porque en la vida interna del Ejército el cadete es aquel que, pese al ascenso en su carrera, no abandona las austeras y correctas costumbres del Colegio Militar. El cadete Videla (…) es siempre igual: serio, preciso, pulcro, correcto, estudioso y firme. El cadete perfecto”. Bernardo Neustadt en la revista Extra, enero de 1978. Tomado del libro Decíamos ayer de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta.
El Comandante en Jefe, Jorge Rafael Videla, habló desde Tucumán, donde estaba en acto de servicio. En la Nochebuena del ’75 pronunció el discurso que se extracta en el epígrafe. La arenga fue difusamente promocionada por los medios y se tradujo como un ultimátum de noventa días al gobierno de la presidenta María Estela Martínez de Perón. La relectura no incluye el plazo pero corrobora la interpretación. La ristra de autoelogios de la casta militar y el diagnóstico político no dejaban dudas. En cualquier caso, el golpe se produjo, no más, a los tres meses.
La Junta Militar asumía el mando. Por cojones, el presidente debía ser un integrante del Ejército, como lo serían sus sucesores. Adornar a Videla con las virtudes del soldado y reconvertirlas a dotes de estadista fue luego tarea de expertos: Neustadt fue uno de ellos, la cita indica cual fue su breviario.
Videla era hierático, prodigaba tics por todos lados, la sonrisa rehuía adornar su rostro y tenía visos de mueca. No era sencillo “venderlo” salvo adornándolo con una serie de virtudes genéricas e impersonales, corporativas le diríamos ahora. Calidades impostadas, copiadas de Billiken, varias de ellas francamente pavotas aunque funcionales para endulzar la moralina de “la opinión pública”. Y para contraponer a la desmesura, la chabacanería y la ambición que se atribuían a la dirigencia política. Hasta la verborragia podía ser pecado capital y el laconismo (consecuencia de la falta de ideas) podía difundirse como mérito. Las clases dominantes, si se mira bien, hacen lo mismo con sus integrantes.
- - -
Uno de ellos: Mirado en perspectiva, Videla fue un protagonista preponderante de la dictadura pero jamás llegó a ser un líder, un político con alguna proyección ni nada semejante. Compararlo con otros dictadores criminales odiados pero también con seguidores como Francisco Franco o Augusto Pinochet sería imposible. Otra su dimensión, otra su proyección. ¿Habrán sido mayores sus ambiciones, alguna vez? El cronista intuye que sí y cree que no importa para la lectura histórica ulterior.
Las preguntas contrafactuales, podrá alegarse, son siempre interesadas e incomprobables sus respuestas. Así es, asume el cronista, y propone otra. ¿Hubiera sido muy distinto el devenir si el primer presidente del “Proceso” hubiera sido otro general, digamos Viola, Galtieri o Bignone? La repuesta subjetiva es que poco hubiera cambiado en sustancia. Algo pesan, siempre, las características del que comanda desde arriba… pero lo esencial de la dictadura hubiera quedado invicto.
En el contexto actual, que tipifica a ese régimen como una dictadura cívico-- militar, el cadete fue un engranaje de la máquina, tan esencial cuan reemplazable por otra pieza.
- - -
Los pactos de sangre: La personalidad del represor Emilio Eduardo Massera fue su contracara. El entonces Comandante de la Armada era fanfarrón, mujeriego, con la ambición política a flor de piel, desbocado, soez. El dictador Leopoldo Fortunato Galtieri también fue extrovertido, borracho y tuvo lo que jamás lograron sus colegas de armas: un baño de multitudes, tan fervoroso como efímero.
Las diferencias personales son palmarias pero se diluyen en la perspectiva, supone el cronista: con el tiempo serán comidilla para contemporáneos o para especialistas. Prevalecerán en la memoria las características integrales de la dictadura. Los centuriones serán, de alguna forma, un arquetipo.
Los ejes que compartieron todos los que comandaron la dictadura (militares, empresarios de alto rango y prelados) fueron contados y consistentes.
El primero, talar de raíz la herencia nacional, popular y progresista. El estado benefactor, las leyes sociales y laborales pioneras, la capacidad de lucha popular, el poder de sindicatos y organizaciones sociales. Una sociedad avanzada, bien ranqueada entre socialdemocracias y populismos del siglo XX, una ciudadanía resistente y hasta jacobina. Una hidra de mil cabezas que se debían cortar, pues era impensable vencerla o domesticarla de otro modo. En ese plano podían discutirse instrumentos, hasta la política económica implementada por José Alfredo Martínez de Hoz. Pero los objetivos fueron, en sustancia, intangibles.
El segundo pacto, necesario para arrasar con el mejor pasado argentino, fue el terrorismo de estado como metodología. Podían colarse mejicaneadas, algún desborde de algún arma contra personalidades afines o tuteladas por otros uniformados. Desvíos trágicos y bestiales (repudiables como los demás crímenes) que no alteraron el criterio general y compartido. Sectores importantes del empresariado local y extranjero afincado en Argentina aportaron su colaboración. Instigadores, cómplices y encubridores surgieron de sus filas. Algunos se enchastraron las manos con sangre. Se investiga ahora, con buenas pruebas de cargo, si fue el caso de Carlos Blaquier o de Vicente Massot, que tendrán su juicio legal, tutelados por la presunción de inocencia.
El tercer pacto fue el silencio ulterior, el ocultamiento de pruebas, datos, nombres, documentos… La jerarquía de la Iglesia Católica fue cómplice esencial para este objetivo y formidable encubridora.
Cívica, militar y algo más fue la dictadura que el cadete gris presidió. Luego honró todos los pactos espurios hasta ayer mismo.
- - -
En la cárcel: Murió a avanzada edad, en una cárcel común, condenado por crímenes de lesa humanidad. Como debía ser. De la pléyade de juicios que le iniciaron, solo uno llegó a sentencia definitiva según informa con habitual rigor el Centro de Estudios Legales y Sociales. Es uno entre tantos pero es bastante para decir que la justicia humana le llegó. El Juicio a las Juntas y su revalidación ulterior a 2003 juntan en ese logro a los ex presidentes Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, un símbolo que no viene nada mal.
Ni Videla ni sus aliados cívico militares pensaron en su momento que eso sería posible. Los vaivenes de sucesivos gobiernos democráticos parecieron caer a la impunidad plena. La puerta a ese infierno se abrió con las leyes de la impunidad del gobierno alfonsinista y el círculo pareció cerrarse con los indultos del ex presidente Carlos Menem. Pero la lucha inclaudicable de los movimientos de derechos humanos, con la vanguardia insuperable de Madres y Abuelas, mantuvo viva la esperanza que se concretó durante la presidencia de Kirchner.
Videla se va cuando los procesos judiciales (demasiado morosos, por cierto) se expanden por toda la geografía argentina. Se quiebran solidaridades políticas y judiciales. Las víctimas sobrevivientes (tras una atroz secuencia de zozobras y desaires) han recobrado autoestima. Su voz resuena: pueden contar su historia. Y, sobre todo, fueron testigos de cargo en todas las causas. Sus declaraciones, validadas en Tribunales, son el fundamento institucional de las condenas. El megajuicio de la ESMA (el centro con más sobrevivientes) es el punto máximo de ese avance histórico, aunque para nada el único. De la mesa de torturas, al rol de testigo calificado, las víctimas han sido protagonistas centrales de un logro (parcial, pero muy alto en la comparación mundial) de la sociedad argentina.
- - -
Dónde, cómo y cuándo: Estela de Carlotto, que acostumbra hablar con sabiduría y templanza, expresó ayer que una muerte no debe traer alegría. Otras víctimas o ciudadanos reaccionan distinto, penando porque Videla murió comulgando o porque no llegaron todas las condenas. O viviendo emociones complejas, que mezclan tramos de alegría con las lágrimas o la dolorosa catarsis.
El cronista prefiere ser parco para transmitir sus irrelevantes sensaciones subjetivas en estos casos. Sí se anima a confesar que odió a ese tipo y a la dictadura que en su momento creyó interminable. También que, como tantos ciudadanos, sufrió la defección de la democracia y supuso que la impunidad había ganado la partida, en enorme medida. Desde 1987 las banderas no se arriaron, la pulseada se sostuvo dentro de lo posible pero el escenario de hoy era poco más que una utopía.
Por eso, cree atinado como cierre parafrasear a una gran intelectual y luchadora argentina, la entrañable psicóloga Silvia Bleichmar. Ya enferma, poco antes de fallecer, Bleichmar publicó un libro titulado “No me hubiera gustado morir en los ‘90”. El cronista, a su vez, piensa que no hubiera sido bueno que Videla muriera en los ’90, entornado de impunidad. Gris y olvidado, despojado del uniforme que deshonró, murió como debía morir, donde debía morir y en una época cuya mera existencia hizo todo lo posible por impedir.
Almeida destacó el desarrollo y la continuidad de los juicios a los represores que cometieron delitos de lesa humanidad durante la dictadura de que Videla fue engranaje esencial, y sostuvo que se llegó a ellos “gracias a la lucha inclaudicable de los organismos de derechos humanos, los ex presos políticos y los sobrevivientes que nos encontramos con un presidente, nuestro querido Néstor Kirchner, que nos escuchó”. La dirigente de derechos humanos agregó que Kircher “tomó a los derechos humanos como política de Estado, un Estado presente que declaró la nulidad de las leyes del perdón y no hay marcha atrás”.
Por su parte, Cortiñas destacó que el dictador “murió condenado”, pero pidió que se “busque” información del “entorno” de Videla para proseguir con las causas sobre bebés apropiados en ese período histórico. “Se murió un condenado, cómo no va a haber información, claro que la hay” en el entorno del militar fallecido, sobre la metodología represiva empleada en esos años. Al respecto, la dirigente de derechos humanos reclamó investigar “a quiénes les entregaron los bebés nacidos en cautiverio”, ya que “falta mucha información y ellos la tienen”. A su criterio, esto es fundamental porque “todavía falta condenar a muchos genocidas, y en eso estamos”.
Para Cortiñas, “no hay perdón, no hay olvido, no hay reconciliación. Ahora está muerto, pero en vida nunca se arrepintió ni tuvo algún mínimo gesto que nos permitiera llegar a la verdad y a la justicia. Por eso nosotras seguimos en la búsqueda”. La madre de Plaza de Mayo dijo que desde su sentimiento no festeja la muerte “porque se mueren y se van con los secretos más importantes de la historia, nosotras peleamos siempre por la apertura de los archivos que queremos y que estamos permanentemente tratando de encontrar, se mueren llevándose este secreto tan trágico, ellos saben dónde están, ellos los tienen”. Y destacó que “no nos acercamos ni siquiera para insultarlos como se merecen, ni para preguntarles nada, nunca hemos pedido ni buscado venganza”.
“Ante esta realidad que aceptamos con patriotismo y espíritu de servicio, miramos consternados a nuestro alrededor y observamos con pena, pero con la sana rabia del verdadero soldado, las incongruentes dificultades en las que se debate el país sin avizorarse solución”... “El Ejército Argentino, con el justo derecho que le concede la cuota de sangre generosamente derramada por sus hijos héroes y mártires, reclama con angustia pero también con firmeza una inmediata toma de conciencia para definir posiciones. La inmoralidad y la corrupción deben ser inmediatamente sancionadas. La especulación política, económica e ideológica., deben de dejar de ser los medios utilizados por grupos de aventureros para lograr sus fines (…) “El orden y la seguridad de los argentinos deben vencer al desorden y la inseguridad. (…) “Así no cejaremos hasta el triunfo final y absoluto que será, a despecho de injustificadas impaciencias o intolerables resignaciones, el triunfo del país.” Jorge Rafael Videla, discurso en Tucumán, 24 de diciembre de 1975.
“En el ambiente militar, su apodo afectuoso es ‘el cadete’. ¿Por qué? Porque en la vida interna del Ejército el cadete es aquel que, pese al ascenso en su carrera, no abandona las austeras y correctas costumbres del Colegio Militar. El cadete Videla (…) es siempre igual: serio, preciso, pulcro, correcto, estudioso y firme. El cadete perfecto”. Bernardo Neustadt en la revista Extra, enero de 1978. Tomado del libro Decíamos ayer de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta.
El Comandante en Jefe, Jorge Rafael Videla, habló desde Tucumán, donde estaba en acto de servicio. En la Nochebuena del ’75 pronunció el discurso que se extracta en el epígrafe. La arenga fue difusamente promocionada por los medios y se tradujo como un ultimátum de noventa días al gobierno de la presidenta María Estela Martínez de Perón. La relectura no incluye el plazo pero corrobora la interpretación. La ristra de autoelogios de la casta militar y el diagnóstico político no dejaban dudas. En cualquier caso, el golpe se produjo, no más, a los tres meses.
La Junta Militar asumía el mando. Por cojones, el presidente debía ser un integrante del Ejército, como lo serían sus sucesores. Adornar a Videla con las virtudes del soldado y reconvertirlas a dotes de estadista fue luego tarea de expertos: Neustadt fue uno de ellos, la cita indica cual fue su breviario.
Videla era hierático, prodigaba tics por todos lados, la sonrisa rehuía adornar su rostro y tenía visos de mueca. No era sencillo “venderlo” salvo adornándolo con una serie de virtudes genéricas e impersonales, corporativas le diríamos ahora. Calidades impostadas, copiadas de Billiken, varias de ellas francamente pavotas aunque funcionales para endulzar la moralina de “la opinión pública”. Y para contraponer a la desmesura, la chabacanería y la ambición que se atribuían a la dirigencia política. Hasta la verborragia podía ser pecado capital y el laconismo (consecuencia de la falta de ideas) podía difundirse como mérito. Las clases dominantes, si se mira bien, hacen lo mismo con sus integrantes.
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Uno de ellos: Mirado en perspectiva, Videla fue un protagonista preponderante de la dictadura pero jamás llegó a ser un líder, un político con alguna proyección ni nada semejante. Compararlo con otros dictadores criminales odiados pero también con seguidores como Francisco Franco o Augusto Pinochet sería imposible. Otra su dimensión, otra su proyección. ¿Habrán sido mayores sus ambiciones, alguna vez? El cronista intuye que sí y cree que no importa para la lectura histórica ulterior.
Las preguntas contrafactuales, podrá alegarse, son siempre interesadas e incomprobables sus respuestas. Así es, asume el cronista, y propone otra. ¿Hubiera sido muy distinto el devenir si el primer presidente del “Proceso” hubiera sido otro general, digamos Viola, Galtieri o Bignone? La repuesta subjetiva es que poco hubiera cambiado en sustancia. Algo pesan, siempre, las características del que comanda desde arriba… pero lo esencial de la dictadura hubiera quedado invicto.
En el contexto actual, que tipifica a ese régimen como una dictadura cívico-- militar, el cadete fue un engranaje de la máquina, tan esencial cuan reemplazable por otra pieza.
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Los pactos de sangre: La personalidad del represor Emilio Eduardo Massera fue su contracara. El entonces Comandante de la Armada era fanfarrón, mujeriego, con la ambición política a flor de piel, desbocado, soez. El dictador Leopoldo Fortunato Galtieri también fue extrovertido, borracho y tuvo lo que jamás lograron sus colegas de armas: un baño de multitudes, tan fervoroso como efímero.
Las diferencias personales son palmarias pero se diluyen en la perspectiva, supone el cronista: con el tiempo serán comidilla para contemporáneos o para especialistas. Prevalecerán en la memoria las características integrales de la dictadura. Los centuriones serán, de alguna forma, un arquetipo.
Los ejes que compartieron todos los que comandaron la dictadura (militares, empresarios de alto rango y prelados) fueron contados y consistentes.
El primero, talar de raíz la herencia nacional, popular y progresista. El estado benefactor, las leyes sociales y laborales pioneras, la capacidad de lucha popular, el poder de sindicatos y organizaciones sociales. Una sociedad avanzada, bien ranqueada entre socialdemocracias y populismos del siglo XX, una ciudadanía resistente y hasta jacobina. Una hidra de mil cabezas que se debían cortar, pues era impensable vencerla o domesticarla de otro modo. En ese plano podían discutirse instrumentos, hasta la política económica implementada por José Alfredo Martínez de Hoz. Pero los objetivos fueron, en sustancia, intangibles.
El segundo pacto, necesario para arrasar con el mejor pasado argentino, fue el terrorismo de estado como metodología. Podían colarse mejicaneadas, algún desborde de algún arma contra personalidades afines o tuteladas por otros uniformados. Desvíos trágicos y bestiales (repudiables como los demás crímenes) que no alteraron el criterio general y compartido. Sectores importantes del empresariado local y extranjero afincado en Argentina aportaron su colaboración. Instigadores, cómplices y encubridores surgieron de sus filas. Algunos se enchastraron las manos con sangre. Se investiga ahora, con buenas pruebas de cargo, si fue el caso de Carlos Blaquier o de Vicente Massot, que tendrán su juicio legal, tutelados por la presunción de inocencia.
El tercer pacto fue el silencio ulterior, el ocultamiento de pruebas, datos, nombres, documentos… La jerarquía de la Iglesia Católica fue cómplice esencial para este objetivo y formidable encubridora.
Cívica, militar y algo más fue la dictadura que el cadete gris presidió. Luego honró todos los pactos espurios hasta ayer mismo.
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En la cárcel: Murió a avanzada edad, en una cárcel común, condenado por crímenes de lesa humanidad. Como debía ser. De la pléyade de juicios que le iniciaron, solo uno llegó a sentencia definitiva según informa con habitual rigor el Centro de Estudios Legales y Sociales. Es uno entre tantos pero es bastante para decir que la justicia humana le llegó. El Juicio a las Juntas y su revalidación ulterior a 2003 juntan en ese logro a los ex presidentes Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, un símbolo que no viene nada mal.
Ni Videla ni sus aliados cívico militares pensaron en su momento que eso sería posible. Los vaivenes de sucesivos gobiernos democráticos parecieron caer a la impunidad plena. La puerta a ese infierno se abrió con las leyes de la impunidad del gobierno alfonsinista y el círculo pareció cerrarse con los indultos del ex presidente Carlos Menem. Pero la lucha inclaudicable de los movimientos de derechos humanos, con la vanguardia insuperable de Madres y Abuelas, mantuvo viva la esperanza que se concretó durante la presidencia de Kirchner.
Videla se va cuando los procesos judiciales (demasiado morosos, por cierto) se expanden por toda la geografía argentina. Se quiebran solidaridades políticas y judiciales. Las víctimas sobrevivientes (tras una atroz secuencia de zozobras y desaires) han recobrado autoestima. Su voz resuena: pueden contar su historia. Y, sobre todo, fueron testigos de cargo en todas las causas. Sus declaraciones, validadas en Tribunales, son el fundamento institucional de las condenas. El megajuicio de la ESMA (el centro con más sobrevivientes) es el punto máximo de ese avance histórico, aunque para nada el único. De la mesa de torturas, al rol de testigo calificado, las víctimas han sido protagonistas centrales de un logro (parcial, pero muy alto en la comparación mundial) de la sociedad argentina.
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Dónde, cómo y cuándo: Estela de Carlotto, que acostumbra hablar con sabiduría y templanza, expresó ayer que una muerte no debe traer alegría. Otras víctimas o ciudadanos reaccionan distinto, penando porque Videla murió comulgando o porque no llegaron todas las condenas. O viviendo emociones complejas, que mezclan tramos de alegría con las lágrimas o la dolorosa catarsis.
El cronista prefiere ser parco para transmitir sus irrelevantes sensaciones subjetivas en estos casos. Sí se anima a confesar que odió a ese tipo y a la dictadura que en su momento creyó interminable. También que, como tantos ciudadanos, sufrió la defección de la democracia y supuso que la impunidad había ganado la partida, en enorme medida. Desde 1987 las banderas no se arriaron, la pulseada se sostuvo dentro de lo posible pero el escenario de hoy era poco más que una utopía.
Por eso, cree atinado como cierre parafrasear a una gran intelectual y luchadora argentina, la entrañable psicóloga Silvia Bleichmar. Ya enferma, poco antes de fallecer, Bleichmar publicó un libro titulado “No me hubiera gustado morir en los ‘90”. El cronista, a su vez, piensa que no hubiera sido bueno que Videla muriera en los ’90, entornado de impunidad. Gris y olvidado, despojado del uniforme que deshonró, murió como debía morir, donde debía morir y en una época cuya mera existencia hizo todo lo posible por impedir.
fuente: Página 12
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OPINAN LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO -LÍNEA FUNDADORA-
La importancia de que muriera preso
Almeida destacó el trabajo de los organismos y el impulso del gobierno de Kirchner a los juicios. Cortiñas se preocupó por los archivos que podría guardar Videla.
Nora Cortiñas y Taty Almeida dieron su opinión sobre la muerte del dictador Videla.
Imagen: Pablo Piovano & Vera Rosemberg.
La integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora Taty Almeida consideró sobre la muerte del dictador Jorge Rafael Videla que “veo a los 30 mil (desaparecidos), incluido Alejandro (su hijo), levantando el dedo pulgar, son 30 mil que no lo van a dejar tranquilo en el más allá, no sé qué hay en el más allá, pero los genocidas no van a entrar”. En tanto, Nora Cortiñas, también de Madres Línea Fundadora, expresó que “se mueren los genocidas y no se van abriendo los archivos”.Imagen: Pablo Piovano & Vera Rosemberg.
Almeida destacó el desarrollo y la continuidad de los juicios a los represores que cometieron delitos de lesa humanidad durante la dictadura de que Videla fue engranaje esencial, y sostuvo que se llegó a ellos “gracias a la lucha inclaudicable de los organismos de derechos humanos, los ex presos políticos y los sobrevivientes que nos encontramos con un presidente, nuestro querido Néstor Kirchner, que nos escuchó”. La dirigente de derechos humanos agregó que Kircher “tomó a los derechos humanos como política de Estado, un Estado presente que declaró la nulidad de las leyes del perdón y no hay marcha atrás”.
Por su parte, Cortiñas destacó que el dictador “murió condenado”, pero pidió que se “busque” información del “entorno” de Videla para proseguir con las causas sobre bebés apropiados en ese período histórico. “Se murió un condenado, cómo no va a haber información, claro que la hay” en el entorno del militar fallecido, sobre la metodología represiva empleada en esos años. Al respecto, la dirigente de derechos humanos reclamó investigar “a quiénes les entregaron los bebés nacidos en cautiverio”, ya que “falta mucha información y ellos la tienen”. A su criterio, esto es fundamental porque “todavía falta condenar a muchos genocidas, y en eso estamos”.
Para Cortiñas, “no hay perdón, no hay olvido, no hay reconciliación. Ahora está muerto, pero en vida nunca se arrepintió ni tuvo algún mínimo gesto que nos permitiera llegar a la verdad y a la justicia. Por eso nosotras seguimos en la búsqueda”. La madre de Plaza de Mayo dijo que desde su sentimiento no festeja la muerte “porque se mueren y se van con los secretos más importantes de la historia, nosotras peleamos siempre por la apertura de los archivos que queremos y que estamos permanentemente tratando de encontrar, se mueren llevándose este secreto tan trágico, ellos saben dónde están, ellos los tienen”. Y destacó que “no nos acercamos ni siquiera para insultarlos como se merecen, ni para preguntarles nada, nunca hemos pedido ni buscado venganza”.
OPINION
Mucho más que la muerte
Por HIJOS Capital *
Se murió mucho más que la muerte. Se murió uno de los mayores asesinos de nuestro pueblo: el genocida Videla. Se murió sin decirnos dónde están los cuerpos de los compañeros desaparecidos y los hermanos que buscamos.
Quedó una celda vacía en el pabellón de lesa humanidad de Marcos Paz. Esperamos que el silencio de su ausencia sea el llamado a romper los pactos y decir la verdad, porque es un derecho para que las madres puedan recuperar los cuerpos de sus hijos y para que el pueblo entero deje de vivir con la incógnita de dónde están.
No festejamos la muerte de Videla ni la de ningún genocida. Sí festejamos cuando son juzgados y condenados, o cuando uno de nuestros hermanos recupera su identidad. Pero la muerte no es nuestro festejo: es lo que ellos usaron para arrancarnos a nuestros seres amados.
Nos preguntaron muchas veces en este día qué sentimos ante la muerte del genocida Videla: muchas cosas. Que se llevó parte irrecuperable de la verdad; que se murió donde debía estar, en cárcel común, cumpliendo una condena efectiva a prisión perpetua; que su poder está derrotado; que la condena social lo ubica en el tacho de basura de la historia.
En la lista de los asesinos del pueblo, Videla está desde hace rato. Pero a partir de ahora empieza la aplicación de lo simbólico, el Videla más allá del dictador. Eso se ve, por ejemplo, cuando el diario La Nueva Provincia, uno de los órganos de propaganda de los genocidas, dice que murió un “ex presidente”. No. Ex Presidentes fueron otros, como Néstor Kirchner, elegido por el pueblo a través del voto. Fue el que decidió reconocer en políticas de Estado la lucha histórica del pueblo por justicia, el que se comprometió para terminar con la impunidad y lo hizo. Hoy son 411 los genocidas condenados, entre ellos Videla.
Se murió el genocida Videla. Seguramente, su familia será saludada en los diarios La Nación y La Nueva Provincia del día siguiente. Respetamos el duelo familiar, algo que nosotros nunca pudimos terminar de hacer, porque ni Videla ni ninguno de los demás genocidas nos dijeron dónde están los desaparecidos. Hoy sus hijos despiden a un padre: nosotros, al genocida que asesinó a los nuestros.
No levantamos ninguna copa por la muerte de Videla, ni le regalamos ninguna sonrisa. Eso queda para celebrar las victorias, para reivindicar a los 30.000, para festejar cuando un hijo recupera su identidad. Nuestra sonrisa es una victoria en sí misma, es la foto que les mandaríamos a nuestras mamás y papás si pudieran verla. Nuestra sonrisa no es para Videla. Para él fue nuestro escrache y nuestro festejo por cada una de sus condenas.
Se murió mucho más que la muerte. Se murió el que fue uno de los dueños de la muerte, ya derrotado en su poder. No estará en ningún tatuaje, ni cuadro, ni remera. Ahí se fue, al tacho de basura de la historia donde lo recibirá Massera.
Estamos llegando a los 30 años de democracia, abrazados a los pañuelos blancos para seguir profundizando el proceso histórico de Memoria, Verdad y Justicia. En esta última década, Videla vio cómo la impunidad se desarmaba y se empezó a avanzar en el Juicio y Castigo a los partícipes de la última dictadura cívico-militar.
Esta última década fue la que el mismo genocida Videla dijo que fue su peor momento, porque la decisión histórica de Néstor Kirchner de juzgar a los genocidas es profundizada por la presidenta Cristina Fernández. Su peor momento es la década en la que la condena social y la judicial coincidieron de manera efectiva.
El terrorismo de Estado comandado por Videla tuvo a muchos partícipes que fueron juzgados y condenados, pero a muchos otros que siguen impunes. Incluso, algunos de ellos no fueron identificados todavía. Vamos a seguir militando por todo lo que falta, hasta todas las victorias y después.
Somos hijos de hombres y mujeres que lucharon por un proyecto de Patria Grande, que se comprometieron por un país para todos. Aprendimos muchas cosas de ellos, como la lucha por la justicia. Ninguno de nosotros jamás ejerció la venganza ni la justicia por mano propia. Tampoco las Madres, Abuelas, Padres y Familiares. Nadie. Esperamos a la par de seguir militando.
Vivimos muchos años de impunidad antes de llegar a este momento histórico. Años en los que los genocidas caminaban por las calles. Ahí fue cuando salimos con los escraches a generar condena social para que la casa del genocida sea su cárcel. En el 2003 cambiamos la historia y hoy podemos decir que las políticas de Estado no son el Perdón, el Olvido y el Silencio, sino la Memoria, la Verdad y la Justicia. Acá se juzga a genocidas. Acá se escuchó a un pueblo entero y se tomó la decisión histórica de juzgar a los máximos asesinos del pueblo.
Videla ya no podrá hablar de los de-saparecidos y decir que no tienen “entidad”, ya no podrá robarse a nuestros hermanos, ya no podrá inaugurar la planta de Papel Prensa con Ernestina Herrera de Noble, ya no podrá masacrar a militantes, ya no podrá decidir sobre la vida y la muerte de nadie.
Hay un símbolo derrotado hace rato, pero que ahora se va un poco más. Videla fue la cara de muchos, de todos los partícipes de un plan sistemático de exterminio. Fue el dictador, el siniestro, el asesino, el apropiador de niños, el torturador. Si tuviéramos que decir quién fue, podríamos decir que fue uno de los jefes de la muerte, del terror, del horror absoluto. Para muchos, ahora será dimensionable, será un muerto que cuando estaba vivo eligió masacrar a un pueblo. Era alcanzable, era uno más, pero de los genocidas. Con esto queremos decir que para muchos era una especie de “monstruo”, de ser inhumano, de alguien alejado de mucho de lo cotidiano, pero no. Videla tenía una familia, una vida, una casa, tenía hijos. Videla era un ser humano con un odio profundo a otros, un criminal masivo.
Se murió uno de los asesinos del pueblo. Quedará en la historia como uno de los que más dolores le causó a nuestra Patria. Se murió uno de los que más verdades tenía guardadas.
Se murió Videla. Se murió en la soledad de un penal. No murió con el uniforme militar, ni en el sillón presidencial. Murió donde debía estar.
* Paula Maroni, Amy Rice, Julián Athos, Paula Donadío, Carlos Ri
Quedó una celda vacía en el pabellón de lesa humanidad de Marcos Paz. Esperamos que el silencio de su ausencia sea el llamado a romper los pactos y decir la verdad, porque es un derecho para que las madres puedan recuperar los cuerpos de sus hijos y para que el pueblo entero deje de vivir con la incógnita de dónde están.
No festejamos la muerte de Videla ni la de ningún genocida. Sí festejamos cuando son juzgados y condenados, o cuando uno de nuestros hermanos recupera su identidad. Pero la muerte no es nuestro festejo: es lo que ellos usaron para arrancarnos a nuestros seres amados.
Nos preguntaron muchas veces en este día qué sentimos ante la muerte del genocida Videla: muchas cosas. Que se llevó parte irrecuperable de la verdad; que se murió donde debía estar, en cárcel común, cumpliendo una condena efectiva a prisión perpetua; que su poder está derrotado; que la condena social lo ubica en el tacho de basura de la historia.
En la lista de los asesinos del pueblo, Videla está desde hace rato. Pero a partir de ahora empieza la aplicación de lo simbólico, el Videla más allá del dictador. Eso se ve, por ejemplo, cuando el diario La Nueva Provincia, uno de los órganos de propaganda de los genocidas, dice que murió un “ex presidente”. No. Ex Presidentes fueron otros, como Néstor Kirchner, elegido por el pueblo a través del voto. Fue el que decidió reconocer en políticas de Estado la lucha histórica del pueblo por justicia, el que se comprometió para terminar con la impunidad y lo hizo. Hoy son 411 los genocidas condenados, entre ellos Videla.
Se murió el genocida Videla. Seguramente, su familia será saludada en los diarios La Nación y La Nueva Provincia del día siguiente. Respetamos el duelo familiar, algo que nosotros nunca pudimos terminar de hacer, porque ni Videla ni ninguno de los demás genocidas nos dijeron dónde están los desaparecidos. Hoy sus hijos despiden a un padre: nosotros, al genocida que asesinó a los nuestros.
No levantamos ninguna copa por la muerte de Videla, ni le regalamos ninguna sonrisa. Eso queda para celebrar las victorias, para reivindicar a los 30.000, para festejar cuando un hijo recupera su identidad. Nuestra sonrisa es una victoria en sí misma, es la foto que les mandaríamos a nuestras mamás y papás si pudieran verla. Nuestra sonrisa no es para Videla. Para él fue nuestro escrache y nuestro festejo por cada una de sus condenas.
Se murió mucho más que la muerte. Se murió el que fue uno de los dueños de la muerte, ya derrotado en su poder. No estará en ningún tatuaje, ni cuadro, ni remera. Ahí se fue, al tacho de basura de la historia donde lo recibirá Massera.
Estamos llegando a los 30 años de democracia, abrazados a los pañuelos blancos para seguir profundizando el proceso histórico de Memoria, Verdad y Justicia. En esta última década, Videla vio cómo la impunidad se desarmaba y se empezó a avanzar en el Juicio y Castigo a los partícipes de la última dictadura cívico-militar.
Esta última década fue la que el mismo genocida Videla dijo que fue su peor momento, porque la decisión histórica de Néstor Kirchner de juzgar a los genocidas es profundizada por la presidenta Cristina Fernández. Su peor momento es la década en la que la condena social y la judicial coincidieron de manera efectiva.
El terrorismo de Estado comandado por Videla tuvo a muchos partícipes que fueron juzgados y condenados, pero a muchos otros que siguen impunes. Incluso, algunos de ellos no fueron identificados todavía. Vamos a seguir militando por todo lo que falta, hasta todas las victorias y después.
Somos hijos de hombres y mujeres que lucharon por un proyecto de Patria Grande, que se comprometieron por un país para todos. Aprendimos muchas cosas de ellos, como la lucha por la justicia. Ninguno de nosotros jamás ejerció la venganza ni la justicia por mano propia. Tampoco las Madres, Abuelas, Padres y Familiares. Nadie. Esperamos a la par de seguir militando.
Vivimos muchos años de impunidad antes de llegar a este momento histórico. Años en los que los genocidas caminaban por las calles. Ahí fue cuando salimos con los escraches a generar condena social para que la casa del genocida sea su cárcel. En el 2003 cambiamos la historia y hoy podemos decir que las políticas de Estado no son el Perdón, el Olvido y el Silencio, sino la Memoria, la Verdad y la Justicia. Acá se juzga a genocidas. Acá se escuchó a un pueblo entero y se tomó la decisión histórica de juzgar a los máximos asesinos del pueblo.
Videla ya no podrá hablar de los de-saparecidos y decir que no tienen “entidad”, ya no podrá robarse a nuestros hermanos, ya no podrá inaugurar la planta de Papel Prensa con Ernestina Herrera de Noble, ya no podrá masacrar a militantes, ya no podrá decidir sobre la vida y la muerte de nadie.
Hay un símbolo derrotado hace rato, pero que ahora se va un poco más. Videla fue la cara de muchos, de todos los partícipes de un plan sistemático de exterminio. Fue el dictador, el siniestro, el asesino, el apropiador de niños, el torturador. Si tuviéramos que decir quién fue, podríamos decir que fue uno de los jefes de la muerte, del terror, del horror absoluto. Para muchos, ahora será dimensionable, será un muerto que cuando estaba vivo eligió masacrar a un pueblo. Era alcanzable, era uno más, pero de los genocidas. Con esto queremos decir que para muchos era una especie de “monstruo”, de ser inhumano, de alguien alejado de mucho de lo cotidiano, pero no. Videla tenía una familia, una vida, una casa, tenía hijos. Videla era un ser humano con un odio profundo a otros, un criminal masivo.
Se murió uno de los asesinos del pueblo. Quedará en la historia como uno de los que más dolores le causó a nuestra Patria. Se murió uno de los que más verdades tenía guardadas.
Se murió Videla. Se murió en la soledad de un penal. No murió con el uniforme militar, ni en el sillón presidencial. Murió donde debía estar.
* Paula Maroni, Amy Rice, Julián Athos, Paula Donadío, Carlos Ri
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